Siempre he sufrido más el excesivo calor que el frío, esto se ha acentuado con los años, esto no quiere decir que le tenga aversión al sol ni mucho menos, sino al calor agobiante y soporífero cuando ya ronda la temperatura por los treinta y pico de grados.
Un sol con brisa es un regalo, pero nada como ese lapsus de viento de agua (ni frío, ni helado) fresco; instantes previos a la lluvia que se avecina.
Así como ver caminar paulatinamente de la parsimonia total a el mayor pique que alguien puede hacer con las chancletas resonantes en la vereda, a las señoras por las calles de Almagro con las bolsas de almacén y con extrema ductilidad se las arreglan para sacar las llaves y entrar a los largos pasillos de las típicas casas chorizos (P.H.) de techos altos al igual que sus puertas imponentes de madera y todo su histrionismo para poder cerrar sus banderolas, y persianas. También con sus pisos de madera, un patio que conecte a las distintas habitaciones , y hasta alguna terraza con plantas con algún jazmín, y tal vez tenga un sótano polvoriento de más de 100 años (como éstas casas).
Es bello a veces, escuchar la lluvia caer, contra el asfalto y/o empedrado, contra los plátanos, y más aún hoy, luego de éstos días dignos del estío.
sábado, 29 de noviembre de 2008
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